Reforzadores… ¿Por qué es importante aprender sobre ellos?

Cuando queremos lograr un objetivo, por pequeño que sea, por ejemplo, reducir el azúcar en nuestra dieta, normalmente nos trazamos el camino: solo dos cucharaditas de azúcar al día, por un mes, luego solo una, y también pensamos en cómo nos premiaremos de acuerdo a nuestros gustos. Mientras más atractivo sea el premio, por ejemplo ese accesorio tecnológico que te parece espectacular y que no has comprado esperando a algún momento especial, más motivado estarás trabajando en tu proyecto. Mientras más demore el acceso al premio, es más difícil que se sostenga tu motivación, de modo tal que también sería útil que cada día, si fuiste capaz de cumplir con lo propuesto, te regales comentarios de aprobación en la ficha en la que anotas tus resultados, u otras recompensas pequeñas.

Con tu pequeño funciona de manera muy similar. Como la terapia ABA está basada en reforzamiento, para enseñarle vamos primero a identificar qué cosas le gustan. Este paso es vital en la terapia, porque no valen reglas. Ningún niño es igual a otro. Una niña de diez años puede estar interesada en los planetas, el sistema solar y en sencillos experimentos de ciencia; otra en las historias de princesas de Disney y en el diseño de modas.

No obstante, incluso después de identificar qué cosas le gustan a tu peque, eso no quiere decir que literalmente vaya a “trabajar por ellas”. El comportamiento que espera observar el terapista puede requerir la presentación de un reforzador más potente que el que tiene a su alcance en ese momento, porque requiere de un gran esfuerzo. O sencillamente puede no estar funcionando, porque el niño ha tenido acceso a él libremente antes de la sesión de trabajo. Por ello el terapista debe estar constantemente evaluando qué actividades, objetos o estrategias de elogio social son efectivas para motivarle, con tanta frecuencia como sea posible y adecuado hacerlo.

Elegir, seleccionar y probar los reforzadores requiere habilidad y paciencia, pero la recompensa es enorme. En lugar de estar en una sesión con un niño aburrido o desafiante, el terapista se acerca ahora al niño con el conocimiento de lo que le gusta y por lo que trabajará. La diferencia será notable.

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